Me rompe mucho las pelotas –que no tengo- tomar mates sola. Me carcome, en realidad. Sí, ya se que es ridículo. Y sin embargo, para mi no lo es tanto. Verán, tengo la idea fija de que tomar mates es una actividad de grupo. Es algo que se hace de a dos, de a tres, de a cuatro… y así sucesivamente. Obvio que podes tomar mates sola, calentar el agua y poner tus dientes más amarillentos con cada sorbo. Pero sinceramente pierde el sentido después de un rato y, en mi caso, te sentís sola y amargada. Sola porque efectivamente lo estas en ese momento y amargada porque no le pusiste azúcar ni al mate, ni a la vida (me cabe la onda emo a la hora de escribir, se habrán dado cuenta ya). Depresión, masoquismo, depresión. Masoquismo porque te haces la “cucaracha inmortal” (¿de dónde saque eso?) y te convences a vos misma de que podes tomar mates sola y que no se te va a mover ni un pelo. Bien, cucarachita, déjame decírtelo, te equivocaste. Pocas cosas me deprimen -mentira- tomar mates sola, es una de ellas. No es que me deprima la soledad, me deprime mi debilidad. Absurdo pero es así. Hoy es más fuerte la absurdidad de haber sido vencida por la nostalgia que me trasmite un mate que la propia soledad en sí. La vida da vueltas y vueltas. Mi cabeza da vueltas y vueltas, el mate también. Y… ¡ouch! Se me enfrió el agua. Voy a llamar a alguien, no solo para que me caliente el agua -porque no tengo ganas de hacerlo yo misma- sino también, para que venga a hacerme compañía así me olvido de que, nuevamente, eh perdido la batalla y he perdido la batalla con un…
¡¿mate?!