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Ciclotímica, crisis existenciales berretas, maniática, neurosis controladora, terca como mula, sumamente orgullosa, excentricidad alta y en progreso. Manipuladora, compradora compulsiva de boludeces, nivel incrementado de energía, actividad, e inquietud. Optimista, consumidora masiva de café y pastillas. Amante del cine, el teatro y la buena música. Miedo al fracaso, miedo al abandono, tendencias a escribir más de lo que debo. Fascinación por las gafas, las buenas fotografías y las personas con sonrisas lindas. Algo freak, algo nerd y media concheta. Ansiosa, organizadora de vidas ajenas, bastante despreocupada y en muchos casos depresiva al mejor estilo “drama queen”. Pequeño grado de autismo en la luna. En fin, una trastornada más. Welcome to the Josephine’s life.

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9/10/10

Instrumento Maligno.

No pudo tocar nunca más la guitarra desde que el se alejo. No le salía ni la más mínima melodía desde entonces. Tampoco lo intentaba demasiado, su mente había bloqueado aquel instrumento como así también a la propia relación que los unía en el pasado y los alejaba todos los días un poco más del presente. Después de días, y después de que esos días se convirtieran en meses y esos meses, claro esta, en años, las aguas se habían tranquilizado, o más bien, eso era lo que ellos creían. Se habían tranquilizado sí, pero eran aguas turbias todavía. Aguas turbias llenas de cosas que no se dijeron, llenas de miradas que faltaron, llenas de arrepentimiento, de pena.
El sabía que la podría haber salvado, el sabía que podría haber tocado un acorde más mientras ella probablemente lo miraría con sus ojos esperanzados, apasionados. Pero ella no escucho ese acorde tan necesitado esa vez. No escucho ese acorde salvador. El lo sabía, y eso se encargaba de carcomerlo día tras día.
La guitarra para ellos era la misma acumulación de egos, de orgullosos sonidos que chocaban con sus corazones golpeados. Golpe tras golpe y caída tras caída. Era un instrumento maligno, ese que se rindió, ese que la dejo ir, ese que se puso una venda en los ojos mientras todo alrededor se desmoronaba poco a poco.
A ella no le gustaban las guitarras, sus cuerdas le recordaban el largo camino recorrido en vano y el sonido, el sonido le hacía llorar el alma. A el le recordaban su cobardía, su miedo a no dar un paso más. Le recordaban que la había perdido, y que ya era muy tarde para volver atrás.
Después de días, y después de que esos días se convirtieran en meses y esos meses, claro esta, en años, sin darse cuenta, cada uno de ellos seguía con sus respectivas vidas, lejos el uno del otro, con sus recuerdos olvidados en un cajón, el corazón machucado y sus guitarras llenas de polvo.